Como en el viejo cuento, su única posesión era el gato, el cual no tenía nombre.
Él tampoco.
Lo conocían por el apodo de “Solo”, con el que había sido bautizado a raíz de su última viudez acaecida
hacía veinte años. Era difícil vivir allí y era más fácil hacerlo sin mujer, por lo que nunca más volvíó a
casarse. En aquel pueblito orillero escaseaba el trabajo y abundaban las argucias para ganarse el pan.
El gato, como suele ocurrir, respondía al llamado de “Gato”.
Y decían que era poseedor de un don milagroso: cuando la venta estaba casi finiquitada, Solo daba por seguro
que Gato podía hablar.
Su ardid de venta era así:
- Gato es un gato mágico, señores.
Decía “señores”aunque el público fuera uno. Pronto se juntaban dos o tres; al rato superaban la docena.
- Gato es un gato mágico, señores. Su última hazaña consistió en que. con su intervención, un hombre de
estos predios halló al amor de su vida, una bella dama de veinte años.
Con esta última promesa, el interés se acrecentaba.
- El poder está en su cola.
Como si lo hubiera escuchado, la cola se empezó a mover dentro de la cesta hasta detenerse señalando el
agua. “A ver, -dijo Solo- que alguien tire la línea” . Alguien lo hizo y surgió, colgada del anzuelo, una
vibrante corvina de dos kilos. A Gato lo vendió enseguida y pasó de la cesta a las manos de un forastero que
pagó quinientos pesos. Al comprador le dijo al oído: “Si tiene paciencia, Gato habla” - con tal convicción
que el hombre lo aseveró también.
Solo volvió satisfecho a su casita de madera: una mesa, una cama, un par de zapatos. Pronto llegó la tarde,
cuando le gustaba mirar hacia el mar.
Y cuando la luna era la única reina, el perfil de Gato se asomó por la cerca. La ventana estaba abierta.
Solo se despertó y acarició su largo pelo blanco. Gato se metió en la cama, hecho un bollito al calor de su
amo.
- Gracias, Gato. Qué bueno que pudiste volver.
- De nada – le contestó-. El agradecido soy yo .
Y dicho esto, volvieron a dormir en paz, como todas las noches.