CLICHÉ | Alejandro Seta
CLICHÉ

31 de marzo de 2025 | Autor: Cristina Retamozo

Un homenaje al profesor, escritor, coordinador de innumerables talleres de literatura y escritura, y guionista de cine, Nicolas Bratosevich

Mi experiencia con la palabra cliché

Hace exactamente 46 años el famoso profesor Nicolás Bratosevich, experto en Letras y por lo tanto en asuntos gramaticales, estructurales, ortográficos, etc, etc, con varios libros editados sobre reglas de cómo se debía escribir correctamente un texto, vino a Luján a dictar un taller de escritura.

Yo, embarazada de mi segundo hijo acudí creyendo que aprendería las normas correctas. Sorprendida, descubrí que el hombre, contrariamente a la estructura formal de lo predicho, quería que nos expresáramos libremente, pero dejando de lado el CLICHÉ.

Los alumnos nos miramos y lo miramos como interrogándolo. Él explicó:

El cliché es el lugar común en el que muchos escritores caen, por ejemplo: sus dientes como perlas, o las florecillas silvestres, o las mariposas multicolores, o la luna recortada entre los árboles. Hay que tratar de decir las cosas sin caer en los latiguillos usuales”.

Desde ese día comprendí que, al formular mi creación literaria por escrito, aunque fuese auténtica, tenía que buscar maneras originales de expresión. Comprendí que existe una manera de jugar con las palabras y uno debe de encontrarla dentro de sí mismo para no caer en la vulgaridad.

Está el FONDO de lo que queremos decir, pero también la FORMA en que lo diremos y, aunque no lo parezca, hay que buscar eso: la forma en que se lo presentaremos al lector para, así, atraparlo.

Por meses me devané los sesos tratando de escribir cosas originales. El profesor leía en voz alta los textos de los demás en clase, pero nunca leía lo mío. Se notaba en verdad que lo que yo manifestaba en el papel, a él no le agradaba.

Comenzaba octubre. Esa, la penúltima clase, entré al aula, me acerqué a él y apuntándolo con mi vientre de 9 meses, le pedí que me devolviera mis hojas que se había llevado para corregir, porque yo ese día no iba a participar del encuentro (ciertamente ya me había dado por vencida).

¡Para qué sacrificarme! ¿Sólo porque sentía contracciones cada 10 minutos? (podía estar varios días así, aunque…nunca se sabe con los partos). No, no me sacrificaría más ¡A la mierda sus clichés! pensé, ¡me voy!…

En realidad todavía hoy me sigo preguntando si mi bronca era tan grande que ponía de excusa mi embarazo avanzado para irme.

Tenía mi ego destruido y ya no soportaba estar ante sus juzgamientos encubiertos bajo una postura de intelectual sabelotodo.

Yo no quería aceptar lo evidente: el profesor sabía muy bien lo que explicaba.

Entonces él dijo muy enojado: ¡Pero usted no se puede ir ahora!... sí profesor me voy*, ¿justo hoy que iba a leer lo suyo ante la clase?...* ¡¡¿¿Qué??!!*... No, no, no se puede ir…*Sí, profesor tengo contracciones y… ¿Y? ¡eso qué importa!…¡usted está bien…usted no se va!…lo lamento pero me voy, aunque quisiera quedarme, de verdad se lo digo…está bien, está bien…disculpe…eeemmm: una cosa, veo que ahora sí entendió, ahora sí, resolvió el ejercicio magníficamente…es creativa usted…qué pena…qué pena…justo hoy…

Yo tenía 26 años y ya había ganado tres concursos literarios.

¿Hay que estimular al joven escritor? sí. Pero adularlo, nunca ¡No lo hagan! no lo hagan!… No adularlo porque puede confundirse.

Y yo había estado viviendo confundida, recibiendo halagos tan joven por recibir esos reconocimientos literarios, pensaba en ese entonces que él se rendiría ante mi sapiencia.

Me la había creído.

¡Y él me salía con los clichés!

Me fui y mi hermoso bebé nació cuatro días más tarde (Lo dicho: nunca se sabe con los partos). Nunca me arrepentí de ser madre, pero sí de no haberme quedado esa tarde de octubre en clase.

Supuse que volver a escribir sería tan simple como sentarse ante la hoja en blanco a esperar mi musa cualquier día, después de criar los hijos y cualquier día después de llevar adelante la casa; cualquier día después de trabajar doble turno, cualquier día yo volvería a escribir…porque sentía que tenía el don de la inspiración ¡al diablo con los clichés!

Tardé diez años en bajar la vieja Remington del placard y desempolvarla. Diez años en colocar una hoja de oficio en el rodillo, en acomodar la cinta negra, en juntar los papelitos con poemas inconclusos que había ido diseminando por la casa en mi lucha por no rendirme; diez años en sentir el sonido de una tecla, en teclear mi nombre a penas, en recordar lo que había sido y lo que era. Y lo que quería decirles a los demás a través de la escritura sin caer en la vulgaridad.

El camino de regreso fue como un laberinto: trabajoso y estresante. Plagado de frases hechas y de lugares comunes aparecidos en diarios o revistas.

En la actualidad, ese niño, mi hijo de 46 años ya lleva cinco libros publicados que le han dado cierto mérito en el mundillo literario de la ciudad en la que vivimos.

Yo ahora uso la PC.

Pero, dolorosamente, sé que Bratosevich tenía razón y aún sigo espantando clichés como si fueran moscas.

Alejandro Seta

No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.

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