15 de diciembre de 2020 | Autor: Alejandro Seta
Mañana, martes 15 de diciembre es el día en que con mi amigo Sergio Mercurio nos propusimos entregarnos la novela que cada uno comenzamos a escribir en el mes de mayo del año pasado, por lo que la construcción y finalización en borrador de ambos largos textos, con temáticas diferentes, fueron siendo leídas, semana tras semana, por el otro, comentada, corregida, sugerida, respetada. Una experiencia así es digna de relatar.
Nos encontraremos en un bar de Banfield y nos las entregaremos, o yo entregaré mi novela (De algo hay que morir) a él, y él me entregará su novela (La historia del hermano) a mí. Es difícil de explicar. Pero lo he intentado.
Al principio era como caminar en una nebulosa, pero luego, en mi experiencia, los personajes fueron creciendo y tomando vida, la neblina se disipó, ellos empezaron a dictarme lo que iba a suceder. Hasta el final.
Una vez, nos dimos cuenta de que nuestros subconscientes iban caminando juntos, que se interconectaban, que íbamos pensando cosas semejantes, incluso un personaje se inmiscuyó en la novela del otro. Estaba bien, tenía que suceder: hay pasillos secretos en el mundo de las ideas por las que andan otros mundos que ya no son nuestros, y a los que les ponemos nombre de autor sólo porque hemos puesto el cuerpo.
Y el alma.
¿Para qué escribimos?
En casos como estos, es mejor dejar hablar a los maestros. Ernesto Sábato, dice, en “El escritor y sus fantasmas” (Ediciones Aguilar, Buenos Aires, 1967, pág 99) “La preocupación del ser humano ha estado siempre sometida a un ritmo: del Universo al Yo, del Yo al Universo”. Es curioso que siempre haya empezado por interrogar el vasto universo: mucho antes que Sócrates se preguntara sobre el bien y el mal, sobre el destino de nuestra vida y sobre la realidad de la muerte, los filósofos niños de Jonia habían buscado el secreto del Cosmos, la misión del agua y del fuego, el enigma de los astros.
Hoy, como cada vez que el ciclo retorna al punto catastrófico, el hombre dirige su atención a su propio mundo interior. Y el gran tema de la literatura no es ya la aventura del hombre lanzado a la conquista del mundo externo, sino la aventura del hombre que explora los abismos y cuevas de su propia alma”.
Que en este número de esta página publique también el cuento “Julio y el gato” no es casual, ya que no es otro sino él quien en Banfield puede transformarse en el felino que atrape ratas en un bar donde dos amigos se encuentran a intercambiar trabajos.
No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.
Acerca de Mí