6 de mayo de 2021 | Autor: Cristina Ledesma y Alejandro Seta
¡Claro! El de los títeres es un arte pateado hasta el cenáculo de los mismos artistas. Callejero, vagabundo y popular.
Javier Villafañe, aparte de titiritero, es un señor barbudo, poeta y cuentero todo el tiempo. Tiene ochenta años y una vida llena de viajes e historias. Y obsesiones. Así fue cómo, sin proponérselo, nos encontramos con él y Luz Marina, su mujer, en su casa de Almagro, y hablamos de la posesión, de los límites, de la libertad del imprevisto, de las travesuras del diablo.. Seguramente metiéndote en la nota, vas a encontrar más cosas. Pasá.
“Una gata anduvo dando vueltas por el tejado, espiándonos. De pronto, una noche, bajó por el ciprés., Después dio una vuelta y miró. Y hacía todo eso porque iba a parir (las gatas quieren parir en lugar seguro, y conocen a la gente por la voz). Primero se aseguró. Entonces decidió instalarse en el montecito que hay al fondo de su casa. De esto hará cosa de una semana. Al día siguiente, a la mañana, la gata estaba allí. Ni se movía. Pues claro, la primera que se mostró confiada con la gata, con ganas de acariciarla, fue Luz Marina. Y así fue cómo Luz Marina se convirtió en la primera amiga de la gata. Era una gata que la había visto dar vueltas por el barrio y llegamos a la conclusión de que somos la mejor gente de la manzana ¿sabés?: Al principio se escapaba, hasta que se fue acercando más y más, y en el día de ayer entró; pero el día de ayer a la mañana fue muy extraño, muy extraño por la gata. Porque la gata nos seguía, estaba acá, quería comunicarse. Después salió y, al llegar al límite con la tierra, llamaba, y cuando veía que alguien estaba detrás de ella, llamaba, y cuando veía que alguien estaba detrás de ella, para decirnos que estaba ahí adentro, se metía en la casita, en la casita que le hicimos con una caja de cartón de vino. Y le dije a Luz Marina: “Esta gata va a parir y quiere que sepamos dónde está. Quiere saber dónde estamos nosotros, que veamos dónde está ella”. Uno se da cuenta de que está por tener cría por su gran barriga y porque quería que la acariciáramos. Y anteayer, cuando yo la acariciaba, se ponía patas para arriba, queriendo que la tocara, y yo, al palparla, le toqué dos gatitos. Estaba flaca. Parió y tuvo dos gatitos. Tan confiada estaba que parió de día. Y ahora tenemos a los tres, acá.
Javier se acaricia la barba y piensa largamente:
“Esa gata empieza a complicarnos la vida...con ese asunto de las salidas, de las idas, de...llega un momento que el gato se vuelve una cosa posesiva. Porque ya el día de mañana, cuando vayamos a la casa de nuestra amiga que vive en Luján, que es una peluquera, uno va a estar pensando: “¿quién cuida de la gata?”. Ya no es la gata. “¿Quién cuida de los gatitos? ¿Quién cuida de la gata y de los hijos de la gata?” . Y esto se transforma en toda una carga de familia.
Y uno está pensando: “¿Quién le da de comer a la gata?” . Y todo se vuelve tan complicado, si venís, o te quedás a dormir, o qué hacés...y te jodiste…
- Más vos que te manejás con el imprevisto.\
- Claro, un imprevisto más\
- Justo uno de tus personajes preferidos.\
- Así que del sermón nadie se enteró.\
- Que no lo quería escuchar, aparte.\
- ¿Y por qué le gustan que hablen de él?\
EL DIABLO ES COMO LA GENTE
- A mí me tocó una vez: vivía en Chile, en Santiago. Frente a mi casa había una farmacia, en la esquina había un negocio de comestibles, en la otra esquina, cerca, estaba el Instituto de Teatro. Después había una casa de departamentos. Un día escuché un grito: “¡María! ¡María!”. Al rato se escuchó una frenada. La mujer, María, se había suicidado. Yo conocía a un comisario que me decía: “Javier, qué curioso, esto a vos te va a dar material para hacer un cuento”. Era una mujer que, después averiguamos, había venido a ver a su amigo. Y el amigo le había anunciado que se separaba de ella. Que se iba de viaje. Él sabía que ella iba a cometer algo tremendo. Lo grave es que aquel día se tiró. Fue el día que yo escuché: “¡María! ¡María!”, porque ella se llamaba María. En la farmacia había un hombre que era corredor de productos de farmacia, trabajaba para un laboratorio alemán. Y entonces le preguntaron : “¿Usted vio?”. “Sí, yo estaba en la farmacia, porque soy corredor, represento a laboratorios Warners. Al escuchar el grito de María, salí. Pero me acordé que había dejado sobre el mostrador el portafolios de la empresa, un portafolios que me regaló el gerente de la empresa, porque yo fui invitado a Berlín, porque yo soy posiblemente el mejor de los vendedores de este producto, que es un dentífrico, excelente, muy poca cantidad y deja un aliento...perfuma la palabra. Una maravilla. Bueno, yo dejé eso sobre la mesa, sobre el mostrador”. Entonces nos dimos cuenta de que iba a seguir hablando de él, y que lo que importaba era que afirmó que había escuchado el grito. El comisario le agradeció y se fue. La siguiente declaración era la de una señora que tenía un gato muy viejo. Ese día ella iba a comprar la carne. Una vez por semana, ella le compraba un ratoncito y se lo daba. Se encerraba y espiaba: el gato y el ratón estaban solos y el ratón no podía escapar; no había cueva, no había nada en la pared, y era alta la pared, estaba la ventana, pero no podía llegar, “y yo miraba, miraba cómo mi gato corría al ratón, y de esa manera hacía gimnasia, era un espectáculo, mi viejo gato se rejuvenecía. Ese gato lo tengo desde hace mucho tiempo. El gato vive más años de lo que la gente cree”. Entonces, el comisario le preguntó: - “¿Usted qué vio?” - “Sí, yo vi, oí el grito de María, y un auto que frenaba, un grito, después, detrás”. Después declaraba otra mujer: “yo vi, yo oí. ¡María! - gritaba alguien-. La voz partía de una de las casas cercanas; frenó un automóvil, una mujer se había tirado. Yo salgo a caminar todos los días, debo caminar, es muy bueno caminar. Esa vez, me detuve frente a una academia de teatro, yo espiaba. En la sala había un rey, estaba el hijo del rey, la señora; la señora tenía rulos. “Demente – gritaba él -. Mísera de tí. Morirás”; y después ¡qué increíble!, el rey la mató, y después de haberla matado, salieron a la calle ¡la mujer vivía!”
Cada uno hablaba de lo que se le ocurría. Y entonces yo recuerdo que...tenía el cuento hecho. (*)
Otra vez (hace mucho tiempo de esto, yo trabajaba en “El hogar”, “El mundo argentino”) tenía una amiga como secretaria de un general, que era ministro de Educación, y había que hacerle una pregunta, y el tipo no daba entrevistas, estaba ocupado, ocupado, y esta muchacha me dijo: “Mirá, Javier, te conseguí cinco minutos, si podés venir a verlo a las doce menos cuarto de la mañana”: Bueno, yo voy, con mi aparato, y hago tres preguntas que tenía que hacer. Eran las que le interesaban a la revista. Hago las tres preguntas. “General – le dije -. Muy serio, el general contestó: “Mire, joven…” (entonces yo era joven). “Mire, joven – dice – yo quiero oír lo que dije, no vaya a ser cosa que mañana, porque ustedes tienen la costumbre de cambiar los conceptos” (risas). Y vamos a escuchar, y el aparato no había grabado nada. “Pero, hombre, este aparato se manejan… A mí me gustan mucho estos aparatos, yo los armo y desarmo, porque yo tengo una locura…” Y empezó a hablar de él. Siempre pasa lo mismo. Y habló de él, y contó que de chico desarmaba. Que no le gustaba el juguete como juguete, si no de qué manera funcionaba. Los desarmaba. Iba hacia el corazón. Y entonces estuve más de cinco minutos, media hora. Pero estas son cosas que pasan en este país de revoluciones constantes ¿no?, que no son revoluciones, sino que son cambios de nombres de generales. (Risas).
- ¡Seguro! Ojalá fueran revoluciones.\
- Nadie es dueño de las cosas ¿no? Cómo vas a ser dueño. Están en el aire. Y además, quién no ha tomado las cosas de los otros. Por qué llamar las cosas “de los otros”. Nosotros decimos: “mi mujer”, como si fuera de él, exclusivamente de él. “Mi” es posesivo. Mío, tuyo ¿no? Menos con las palabras, menos con...bueno, bueno, con eso, así, que es tan real, que como ocurre en una calle de Chile puede ocurrir al mismo tiempo en una calle de Japón.
Las palabras también están en el aire. Yo pienso que no se les debe poner comillas. Las comillas son la cápsula de la palabra, quedan encerradas, así, en una cosa de posesión. Un día me estuve fijando en el diccionario ¿qué dice de plagio? Yo creo que ninguno de nosotros debe estar de acuerdo con lo que el diccionario dice de plagio. ¿Quién no plagió? Uno de los tipos más maravillosos que yo haya conocido, y lo amaba más cuando tenía 18 años...¡Valle Inclán! se robó una sonata íntegra (y se la robó, se la robó) a Casanova, de las memorias de Casanova, y vos lo ves a Casanova y no lo conocías...¿qué pasa?. Casanova te aburre, no podés leerlo ahora. Cuando yo tenía 18 años, tampoco. Pero después había otro que robaba todo, todo. Nada, nada era de él. Era Juan de Timoneda. Pero una vez escribió una comedia. Él. Y se la robaron. Se la robó Cervantes. Entonces, fijate. Pero es así: hay gente que andaba muerta de hambre; yo llegaba a las cinco al Registro de la Propiedad Intelectual. Hay gente que va a contar frases. Hay un tipo que decía que la vida de un hombre se justifica y queda en la inmortalidad por una sola frase que ha dicho. Entonces él estaba pensando la frase que iba a decir antes de morir.
- Para que su vida tuviera una justificación.
- Y la vida de él era buscar la frase. Y este tipo era así. Y un día descubrimos que era nazi. Además, cuando te invitaba a la casa, él tomaba el té con leche a las 5 en punto de la tarde, y eran tiempos en que andaba muerto de hambre; yo llegaba a las cinco menos cinco, para no tenerlo que aguantar tanto tiempo. Se sentaba y tomaba el té con leche. Y este, antes, apartaba las mejores masitas, nos ponía las masitas mordidas.
- ¡Qué malo que era!
- ¡Era malo! Yo tenía 20 años y tenía una novia. Y se encontró con él, y le dice: “Hola, cómo te va”...”Bien. Lo voy a ver a Javier que no anda bien”. “No, pero es esa locura de Javier”. “No, Javier tiene sífilis”. Y la chica rajó, no me quiso ver más. Entonces yo lo odiaba ¿sabés? Un día estaba mal, estaba enfermo. Estaba mal, y yo lo fui a ver. Lo fui a visitar para estar con él un rato. Y se murió. Entonces preguntaron: “Escuchame, qué dijo. La gran palabra, la gran frase. Qué dijo, qué dijo”. Y yo les contesté: “Las últimas palabras de él fueron estas: “¡Viva mi patria aunque yo perezca!”.
(*) Se refiere al cuento “El accidente” (Javier Villafañe, La maleta, Editorial Perrot, Colección Nuevo Mundo, Buenos Aires, 1957)
No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.
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