Abandonar Con Pena El Pueblo Natal Para Irse Con La Música A Otra Parte | Alejandro Seta
Abandonar Con Pena El Pueblo Natal Para Irse Con La Música A Otra Parte

10 de agosto de 2021 | Autor: Alejandro Seta

Delia Mercedes Pereyra y Germán Anastasio Ledesma, vidaleros santiagueños — Periodismo Cultural 4 Agosto de 2011

DELIA MERCEDES PEREYRA Y GERMÁN ANASTASIO LEDESMA, VIDALEROS SANTIAGUEÑOS

Esta es la historia de dos abuelos que recuerdan vidalas, esas coplas para cantar con música triste, generalmente acompañada con caja y guitarra, composición que baja desde el noroeste argentino hasta llegar a Santiago del Estero Y que n o debe ser confundida con la baguala ni con la vidalita, que son diferentes en sus orígenes y difusión. Es muy famosa la “Vidala para mi sombra” del poeta salteño Julio Santos Espinosa, pero hay gran cantidad de ellas de las que no se conoce el autor, o viven sólo en la memoria. Como son las que ocupan esta nota. Si esa literatura oral hoy no fuera rescatada, pronto se la llamaría anónima, o peor: serían perdidas para siempre. Estos abuelos de alrededor de 80 años, no tienen hijos ni sobrinos que sepan de cantos antiguos, porque hubo una generación en que las vidalas dejaron de ser la poesía y la música de Santiago del Estero, para ser ganados por la que se impuso en la década del 60. Por eso es de suma importancia que hoy podamos reproducirlas.
También es una historia de amor cruzada por los episodios históricos de nuestro país, a través de golpes de estado, gobiernos conspiradores y sueños arrebatados. Tal vez, como los definen una de esas vidalitas recordadas:

"Yo no sé qué me habrás hecho
que te tengo tanto amor.
Capaz soy de abrirme el pecho
y entregarte el corazón."

Delia Mercedes Pereyra y Germán Anastasio Ledesma Ruiz nacieron en Villa Robles, Santiago del Estero, en 1930 y en el 37, respectivamente. Juntos crecieron en ese pueblecito que queda a seis kilómetros de la ruta que lleva a La Banda, y que es una suma de casas de adobe alrededor de un camino polvoriento que desemboca en el Río Salado: casas con techos de paja, donde la cocina posee una mesada donde constantemente está prendida la leña . La incesante ceniza que produce es utilizada todas las noches para tapar el rescoldo hasta la mañana siguiente, cuando las brasas encendidas se volverán a prender. Y más allá, el infinito monte, proveedor de la leña esencial. Cuando yo la visité en 1990, todo parecía ser de ceniza en Villa Robles: el polvo de sus caminos semejaban el suelo lunar. Cada pisada emitía nubes de esa ceniza de tierra, y todo era de un paisaje que olía a mistol quemado. Me dijeron que, luego, la deforestación indiscriminada produjo inundaciones, y la ironía de que hubiera tanta agua en un paisaje donde casi nunca llovía.
Pero lo que Delia y Germán más traen de sí, en sus corazones, son las vidalas. Recuerdan algunas, todavía, y supieron recordar a este cronista, las que Germán canta con timbre semejante al de Atahualpa, muy queda y muy sentida. Suele llorar mientras canta para luego, reafirmando su hombría, negar (mientras se limpia las lágrimas con un pañuelo) que se deba a la emoción, sino sólo al esfuerzo.
Germán recuerda que cuando de chico salía a pasear con sus amigos, de noche, sus madres sabían que estaban volviendo porque el aire les traía las vidalas que cantaban.
Como esta:

Mil juramentos me hiciste
de no olvidarme jamás.
Ingrata y mal pagadora
hoy te debés de acordar,
un cariño como el mío
nunca piensés encontrar” .

De niña, Delia, entre muchas tareas, iba a buscar el agua, con baldes, al Río Dulce, que queda a 2 kilómetros, y los traía llenos sobre la cabeza. También recuerda que en su niñez nunca tuvo una muñeca de juguetería. Sus muñecas de la niñez eran hechas por ella misma con trapitos que iba juntando, y que cosió con espinas del quimilí, a las que les hacía un agujero en su parte ancha, fabricando así una aguja. El hilo eran hilachas de esos trapitos. Con esas muñecas pasó los primeros años de su niñez hasta que una mañana inolvidable, “llovieron” sobre su casa, desde un avión, los primeros juguetes y la primer muñeca de “verdad”, a la que nunca olvidará. Supo así de un nombre que desde entonces aprendió a amar : el de Eva Perón. De aquellos años Germán canta una vidala que habla del general con estas fervorosas palabras, las que Delia corrige aclarando que fue hecha cuando era aún coronel y no general todavía:

Viva la patria por siempre,
viva el coronel Perón,
el futuro presidente
de esta gloriosa nación!
¡Viva la patria y viva Perón!”.

Cuando le pregunto a Germán quién compuso esa vidala, me contesta que no sabe, que sólo se escuchaba en la época. Y recuerda como si lo estuviera viendo, el día en que Argentina le ganó a los ingleses con gol de Grillo, en la cancha de River, partido en el que Perón dio la patada inicial. Vivieron niñez y adolescencia como vecinos, y en el tiempo de la Segunda Guerra Mundial, Misael, padre de Delia, solía compartir las noticias con su hermano Cecilio, cuya casa quedaba a doscientos metros una de otra. Leía el diario atrasado, porque era un diario que le mandaba por correo, de regalo, su hermano Anacleto, que vivía en Buenos Aires. Entonces se sentaba afuera y le gritaba: “Dicen que va a caer Hitler”. Misael y Cecilio también eran vidaleros. Germán recuerda también vidalas de las que ellos son los autores. Esta de Cecilio Pereyra, ¿no alude a todo tipo de dolencia humana, a toda añoranza?:

Todo rodante padece cuando la suerte ande mal. Lugar tiene la esperanza pues ya no le hallo placer si no la puedo olvidar”.

Al escuchar a Germán, el que escucha comprende que si bien la melodía, marcada por el ritmo de la caja, suele ser semejante, el cantor de vidalas va acomodando la misma de acuerdo a su extensión. Según si la vidala es de cuatro versos, o de seis, o de cinco. Esos agregados, o esas síntesis melódicas, las sabe decir el que aprendió a hacerlo desde pequeño de una manera muy difícil de aprender para quien no lo hizo así. De Misael Pereyra interpreta la siguiente:

Cuando me vaya
cuando me ausente yo
tené presente de no llorar.
Cuando te encuentres solita
recién te ha ´i pesar.

Es llamativa la hondura existencial de estos versos, que, según quien la escuche, puede representar la pérdida de su amor, de la felicidad, o de la patria. Es que ya era un joven con deseos de casarse, cuando como un mazazo sobre los sueños populares llegó la llamada Revolución Libertadora en el 55. Entonces, Germán, que siempre se había desempeñado como peón rural, una mañana decide cambiar el rumbo de su vida, y mientras estaba aporcando, deja la azada clavada en la raíz de una planta de maíz, y sin darse vuelta, jura no volver sin tener construida su casa en Buenos Aires. El trabajo en el campo, perdidos los derechos, empezaba a hacerse cada vez más pesado, y se va sin antes declararle su amor a Delia, con quien noviará por carta durante cuatro años. En Buenos Aires consigue trabajo en la industria gráfica y se instala en una piecita del barrio de Caballito. Los fines de semana comienza a construir su casa en un terreno que compró en el barrio La Perla de Temperley. Se casaron en el 60 y aún hoy viven en esa casa, donde nacieron sus tres hijos, y donde se encuentran con sus diecisiete nietos. En esas cartas de amor a la novia de su Villa Robles, solía intercalar versos como:

Quién le habrá dicho a mi prenda
que yendo no iba a volver.
Eso no es cierto, es mentira.
Casarme le prometí.
Yo de confiado la dejé y me fui,

vidala que le atribuye a su vecino Manuel Salega. También rememora los versos compuestos por Juan Carrizo en ocasión de un desengaño amoroso. Germán recuerda al mismo Juan cantándolos mientras lloraba con desconsuelo:

Cuando se fue me dejó
abatido el corazón.
Cuando se fue y me dijo adiós.
Y ahora el zorzal
sin nido quedó.

Pasan los gobiernos sucedidos con el peronismo proscripto y alternados con golpes de estado. Muchos santiagueños llegaron durante la década del 60 al Gran Buenos Aires, seguramente con las vidalas en el alma. Pero de todos ellos muy pocos quedan que las recuerden (1). Por ese temor a ser llamados distintos, por salvaguardarse y salvaguardar a sus hijos, no les enseñaron a cantar como ellos, de esa manera única, estos únicos versos (2) . Esas vidalas que tanto atesoran ahora, tal vez se merezcan esta otra:

En el jardín de la dicha
siempre conservo una flor.
La quiero y l´ai de adorar
con todo mi corazón".

¿No habla acaso esta otra, también, del deseo de conservar lo perdido, lo ausente?

Ando cuidando unas plantas
nadie sabe con qué fin.
Daba flores muy bonitas
rosa, clavel y jazmín.
Si ella es constante
ha de ser para mí.

O, tal vez, como la siguiente:
Vengo a dejarle a mi amada
el fuego de mi pasión.
Yo he confiado en sus promesas,
ahora quedé sin valor.
Esa es la suerte
de un profundo amor.

¿O cuántos sueños de la gente que parecían marchitarse fueron vueltos a cuidar “nadie sabe con qué fin”?
Como fue la vida de Germán y Delia, que supo atravesar toda suerte de escollos y tormentas, así supieron hacerlo estas pequeñas joyas de versos para cantar, como son las dulces vidalas que viajaron a través del tiempo.

(1) Cuando con Germán y Delia quisimos ir a buscar a Julia Cortés, una viejita de 94 años que habia sido gran vidalera, sus parientes nos dijeron que había olvidado todo, que apenas tenía memoria, y pasaba el día acostada. Con su memoria se fueron vidalas que tal vez nadie podrá rescatar.

(2) Germán Anastasio es quichuista, cosa que sólo en los últimos tiempos supo reconocer. Muchas veces con vergüenza, deslizaba alguna palabra en “la quichua” pero poco a poco, nos cuenta su hija, Cristina, empezó a enseñarle a sus nietos algunas palabras, y a hablar más y más en ese idioma de los incas. “No quiero que me digan indio, y crean que soy menos” –solía explicar. Hubo algo interesante que ocurrió en el transcurso de esa enseñanza del quichua en Villa Robles como, en general, en todo Santiago del Estero, que es el último reducto incaico en el descenso de esa cultura y su idioma adentrándose en nuestro país, y es lo siguiente: allá por la década del 30, los padres dejaron de enseñarles el idioma de los antiguos a sus hijos, y lo hablaban sólo entre ellos. . Les decían. “Ustedes vayan a la escuela. Allí aprendan el español”. Podemos pensar que fue por vergüenza, pero podemos comprender ahora que fue una manera de protegerse, de salvaguardarse ellos, y de salvaguardar a sus hijos: era “peligroso” que los chicos fueran a la escuela a hablar “la quichua”, como si tuvieran temor de que la discriminación también les alcanzara a ellos, los distintos. Pero Germán fue criado por su abuela (“la mamila”) y ésta, a su nieto mimado, no le podía negar enseñarle. Quienes lo conocen de cerca piensan que Germán quizás , ahora, piensa en quichua, tan bien conoce el idioma y lo conserva.

Delia y German Ledesma en Tiempo Argentino

Delia y German Ledesma en Tiempo Argentino

Alejandro Seta

No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.

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