23 de septiembre de 2021 | Autor: Alejandro Seta
El río que brota
de la gran montaña
desemboca en el mar
Yo me mudé a Alejandro Korn hace 25 años y muy pronto conocí a Coti. Él se llama Mariano Aldazábal pero todos lo conocemos por Coti. Y es monje zen.
Lo conocí de una manera extraña: yo venía leyendo los libros de Thomas Merton, sus poemas, sus ensayos sobre el zen, sus traducciones de Chuang Tzu, y también me gustaba de él que hubiera sido el maestro de Ernesto Cardenal, y que ambos, también, fueran monjes trapenses.
Claro, me gustaba Merton porque unía el cristianismo con el zen y a mi me gustaban ambas cosas. Y también había leído un libro de Taisen Deshimaru, el monje japonés que llevó el zen a Europa en el año 67, y había sabido a través de él lo que era el satori, el deslumbramiento, el reencuentro con la pureza del Universo, dado por un hecho casual en un momento de meditación.
Y de pronto, mientras iba a trabajar en mi casa a la que nos íbamos a mudar, en el campo de Korn, veo un cartel sobre la ruta que decía, solamente. “Sunshine zen”. Me bajé de inmediato, y me dirigí a la primer casa que había en la calle que entraba al costado del cartel: “Ah, sí. Lo hizo Mariano. Ël practica yoga. Es la última casa del fondo”.Entonces caminé por un sendero arbolado con variadas especies enormes de eucaliptos, olmos y casuarinas, por donde tantas veces volvería a caminar desde entonces. Cuando llegué a su casa, se me apareció un hombre canoso que entonces me pareció un gigante de mirada escudriñadora y de aspecto severo , y le conté enseguida lo del cartel. Me dijo:
“¡Pasá!”. Reconocí enseguida que él habla un castellano lleno de un lunfardo tangorrockero muy especial de su época y la mía. Nos reconocimos en esa manera de hablar. Desde entonces somos amigos, aunque creo que ahora somos más amigos que antes.
Coti entonces tenía tres hijas y dos hijos, y a lo largo de estos años nacieron una nena y un varón más. Ese día también conocí a Alejandra, su esposa. Hablamos de ellos, de los títeres, del zazen, y de tanto en tanto nos encontrábamos para practicar zazen juntos. Pero ¿cómo había llegado hasta allí Coti? Esta es la historia.
En épocas de grandes lluvias
desborda
luego vuelve a su cauce
Mariano Aldazábal nació en Banfield en el año 57. En verdad nació en el hospital Evita de Lanús, corriendo hacia una clínica de Buenos Aires, a donde jamás llegaron, y casi casi nace en el ascensor. De ahí, tal vez, su afición por las alturas espirituales. Vivió en la casa de Alvear 1685 hasta los 20 años, y ahí vive su hermana Marta ahora. Marta, entre paréntesis, es la madre de Beto Papola, integrante del grupo Los Tulipanes, autores del himno del Club Banfield.
Coti hizo sus estudios primarios y secundarios a diez cuadras de su casa, en el Colegio Normal.
Él mismo cuenta que a los 20 años decidió irse del país, aunque estaba estudiando veterinaria, porque las calles estaban llenas de violencia y muerte y quiso buscar un lugar del mundo que le enseñara “algo piola”. Y partió hacia Zurich, Suiza. Y empezó a trabajar en un restaurante. Un día, a ese restaurante llegó un personaje inesperado. “Un día, en la estación de tren, me encontré con Marcelo Gabutti, uno de mis compañeros del Normal de Banfield. “¿Qué hacés, loco, acá?”. Él recién llegaba y le dije que viniera a comer al restaurante. Desde entonces comía allí y no le cobraba. Un día de esos, se aparece con un monje zen. Llegaron en una combi. ¿Sabés cómo lo había conocido?
Marcelo había estado mirando la combi y se la quería comprar, y el monje, un uruguayo que se llama Pedro Masobrio, también quería comprar la misma combi. Entonces le dijo a Marcelo: “Y bueno, arranquemos juntos. La compramos entre los dos y la usamos a medias”. Y así hicieron. Estuve con ellos 6 meses y me quedé sin laburo, entonces me fui a vivir al dojo (1) del monje. Y ahí lo vi levantarse a las 4 de la mañana a practicar zazen. Y taichi cuando salía el sol. Iba a una plaza en medio del hielo del invierno, y practicaba taichi como si no sintiera nada. En remerita iba el chabón”.
Cuando atraviesa la llanura
parece estático
sin embargo, fluye sin demora
Zazen es meditar sentados, con las piernas cruzadas en posición de loto o medio loto, con los brazos redondeados, la mano izquierda sobre la derecha, la lengua en el paladar, el mentón replegado, y la mirada al piso a cuarenta y cinco grados, mientras me concentro en la inspiración y en cada espiración abdominal profunda. No es no pensar en nada, sino dejar que los pensamientos pasen como nubes. Entonces la mente se aquieta, como si un mar tormentoso se detuviera y se transformara en un gran estanque silencioso. Entonces, el no-pensar, el vacío.
En el cristianismo hay un ejemplo de esto y es cuando el nazareno levantó la mano para calmar el mar. Y los que estaban allí reconocieron quién era.
Es mejor en grupo, el zazen. Por aquello del leño encendido. Un leño puede dar calor, pero se apaga enseguida. Junto a otros leños, todos multiplican la brasa, el fuego.
evapora
condensa
“Me había ido a Suiza para aprender algo piola. Y allá me puse estudiar la cría intensiva de ganado.
Porque ellos lo hacen todo intensivo, siembran hasta en los bordes de los cordones; en una maceta hacen un almácigo. Y consideran a sus campesinos como benefactores de la humanidad. Porque ahí hubo hambre, loco. Hambre de veras. Después me fui a Egipto,volví a Suiza, y Pedro me invitó a ir al Japón. Me asusté, me parecía demasiado lejos, demasiado groso ir al templo de Japón, y le dije: “No tengo plata” y él me contestó: “Yo no te dije nada de la plata”. Pero la verdad es que me había asustado. Entonces me fui a Londres, donde me encontré con mis amigos del rugby que estaban jugando allá. Porque yo había jugado rugby en el club Pucará de Burzaco. Volví otra vez a Argentina y acá no pude jugar porque me echaron. Le discutí una decisión al árbitro, y me expulsó y no me dejaron jugar más. Entonces me fui de nuevo, esta vez a Nueva Zelanda y a Tahiti. De vuelta al país, conocí al maestro Riquelme, que enseñaba Tao Chi. Riquelme preparó discípulos y se expandió. Un día dijo: “No enseño más” y todos dijeron ¿cómo, se termina todo? No, se expandió, fue como una explosión de estrellas. Cada uno de sus discípulos se fueron a diferentes lugares a seguir compartiendo lo que habían aprendido. Uno de ellos se fue a Belgrano a estudiar Zen Chang con budistas chinos. Otra era una psiquiatra que piró para el Sur. Y así.
Todas estas cosas y muchas cosas más pasaron hasta que, en el año 95, construí mi casa en Mar de las Pampas. Allí no había zen ni monjes. Hasta que doce años después, en el 2007, apareció José.
La vida es como un haiku. No nos detenemos a escribir sobre ella, porque sólo tiene sentido el vivirla. El haiku (5 sílabas, 7, 5) es una brevísima observación, pensamiento o imagen, que intenta encerrar el momento del encuentro con la totalidad de la vida, que también es breve.
Lejos, muy lejos del comercio editorial y la escritura compulsiva porque haya que vender.
Un monje medita durante años y, de pronto, el asombro. Descubre que lo que lo cotidiano se había destruido, y la verdadera esencia de la vida reaparece ante sí de manera pura e innegable. Desde entonces, ya no es la misma. Y escribe tres breves versos que tratan de encerrarlo todo.
Pero sólo él lo sabe.
precipita
desborda
En otra época, Coti tuvo un restaurante vegetariano en San Bernardo. Y allí iba María Eugenia a comer. “Un día, en invierno, me la encuentro en la peatonal de Lomas. “¿Qué hacés acá?”. Entonces me dice que iba a la casa de Ofelia y Alberto Suji, japoneses, los dueños de las porcelanas Suji, que vivían en Banfield. Y allá me lleva. “Estás preparado” -me dijo. Y allí conocí a Ofelia, esta mujer que es una monje zen mujer y que practica la ceremonia del té. ¿Sabés lo que es la ceremonia del té?
Es zen en movimiento. Es hacerlo de una sola manera, o no es. Es detalle por detalle. La taza se toma así y no de otra manera. Todos sentados en seshin (2). Lo que se toma es té verde, que no es el que venden en las dietéticas ¡no! . Son las yemas fluorescentes de la hoja del té, y cortan cada yemita de cada hoja. Es el antioxidante más poderoso del planeta, loco. Te lo traen en una cajita de bambú laqueado. Y se toma de un saque, como los cowboys en las películas ¿viste?.Y tenés que tomarte hasta la borra que hay abajo, y tenés que quedar inmutable. Cuando tomás todo, abajo, en la taza, podés encontrar: “S. XVII”. Te van dando distintas tazas, cuando te vas haciendo más pulenta te van dando de estas tazas que son antigüedades. Después, cuando te levantás, no podés caminar, porque tenés las piernas totalmente adormecidas, pero tenés que levantarte con cara de póker.
Es todo un yeite la ceremonia del té.
Esas prácticas, a lo largo de una temporada, me enseñaron muchas cosas. Es puro zen”.
y otra vez vuelve a su cauce ()*
Así fue que todos los veranos me iba al dojo de José en Mar de las Pampas y cada otoño y cada primavera me invitaba a una seshin, que es una temporada de trabajo y meditación intensivos, que puede durar tres días, una semana. Y en el 2011 me ordenaron monje cuando conocí a Jorge Bustamante (su nombre de monje es Riunan Zen Shi , que significa “plantador de jardines”) y me dijo: vos sos monje, sos monje desde hace mucho, aunque no lo sabías. Tomá el kimono”. Allí, en Mar de las Pampas, aprendí lo que es mushotoku, la práctica sin búsqueda de provecho alguno (3). O el samu, que es que, aunque estés limpiando un inodoro, sólo tengo que hacer eso con la misma intensidad que si estuviera tocando un instrumento. No hago esto mientras hago esto otro. No, sólo eso.
Pero después tenía que hacerme el rakusu. Y yo me conozco, iba a empezar a dar vueltas con la historia de coserme el rakusu, puntada por puntada. Quería teñir la tela de negro con la cáscara de la nuez, que es lo que tiñe. Entonces tiré unas nueces con cáscara en un poco de agua. Y las dejé, no usé la tintura ni nada. Al tiempo fui a ver y habían brotado un montón de nogales que ahí están. Entonces el maestro me cosió él un rakusu, y me lo dio también. Eso, para mí, significa mucho. Tengo el rakusu cosido por el maestro.
El nombre de mi darma es Tai Zan, que significa “gran montaña”. No por el tamaño físico.
Jorge Bustamante había estudiado en Japón y tenía su dojo en Villa Ortúzar. Y siempre vuelvo a visitarlo.
Tal vez por eso de que he sido (y soy) titiritero por muchos años, yo, el autor de esta nota, también escribí un haiku con la métrica como debe ser (5,7,5) , porque si no, no es. Aunque he dudado que la cadencia en español pudiera ser alguna vez como en japonés, pensé que somos humanos con el idioma que tenemos y que si fluye para mí y para vos de esta manera, en este lugar del planeta, sí puedo.
Como en la vida de Coti, las cosas se fueron dando sin pensarlas siquiera, y los encuentros generaron otros y otros y dieron forma a una vida.
En un poema muchas veces también sucede esto: el verso aparece, luego el otro, cierto magnetismo de las palabras hace que se busquen una a la otra, y luego nos sentimos satisfechos y dejamos al poema en manos del lector.
Es éste. Si resume una vida, eso no lo puedo decir ahora:
Trastabillando,
el viejo viejo titere
huele la flor.
(1) Dojo, lugar de meditación y práctica del Budismo zen, y de las artes marciales tradicionales del Japón.
(2) Arrodillados, sentados sobre los talones.
(3) Cuando le pregunté a Coti si mushotoku era lo que Jesucristo había dicho acerca de los lirios del campo y los pájaros del cielo y que culmina: “Vuestro Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de estas cosas, mas buscad el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas serán añadidas”, me dijo: “ ¡No! Eso es mucho más que mushotoku, eso es el amor puro por la humanidad”.
() Los versos que introducen la mayoría de las partes de esta nota, componen, en ese orden, un poema escrito hace dos meses por Coti, Mariano Aldazábal. Había extraviado el papel original, y me dijo que lo tenía en la memoria. Ĺo copió en una hoja y al dármelo le pregunté si tenía copia. Me lo entregó con estas palabras: “Ahora es del éter”.*
No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.
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