Horacio Clemente (Buenos Aires, 1930) | Alejandro Seta
Horacio Clemente (Buenos Aires, 1930)

30 de mayo de 2021 | Autor: Alejandro Seta

"ESCRIBO CUENTOS PARA CHICOS VITALES, NO PARA LOS ESCOLARES" — Este reportaje fue publicado el 20 de agosto de 2011 en diario Tiempo Argentino, hoy desaparecido así como todo lo que estaba subido a la web.

Es un escritor de cuentos para chicos que en 1966, época en que los autores de literatura infantil aparecían en la contratapa con letra chiquita, publicó cinco maravillosos cuentos en la colección Cuentos de Polidoro, del Centro editor de América Latina (CEAL), dirigida por Beatriz Ferro. Esos cuentos (“Aladino y la lámpara maravillosa” “Alí Babá y los cuarenta ladrones”, “La bolsa encantada”, “El caballito volador”y “Simbad, el marino”) de un fuerte sabor porteño, sorprendieron por la manera de escribir para niños, inédita hasta ese entonces en la literatura argentina, y que hoy sigue dando cátedra. Horacio Clemente, de 80 años, descifra el núcleo de su narrativa a la que prefiere bautizar con una sigla por él pergeñada: LIJATE y cuyo significado devela en esta nota.

- Aquellos Cuentos de Polidoro, hoy en día son inolvidables para quienes los leímos siendo chicos y, a su vez, se los leímos a nuestros hijos, ¿por qué son tan importantes?

- Hicieron época porque eran diferentes, por el diseño, las ilustraciones de Napoleón, y creo que lo que llamó la atención es que no los escribí para escolares. Yo escribo para los chicos de la calle. No son cuentos para vender en los colegios, sino en los kioscos. Si son más vitales es porque no están condicionados por la educación, la conducta, lo que se debe hacer, estudiar, leer. Están escritos para chicos que viven. Yo me crié en la calle, fue mi segundo hogar. Era más libre, más espontáneo, más vital. La escuela nunca me gustó. Fui un mal alumno, y hasta me costó terminar la secundaria. Allá, en Agustín Álvarez, de Palermo Viejo, donde mi papá era carnicero, la calle era mi libertad. A pesar de que era castigado sólo de palabra, yo sentía que en mi casa había un ambiente depresivo, y en la calle no sufría. Jugaba a la pelota, podía gritar. Eso fue todo lo que yo volqué en los cuentos de Polidoro. Sumado a que Beatriz Fierro no me dijera cómo los tenía que hacer, dieron como resultado eso: sentía que podía gritar escribiéndolos, como cuando jugaba al fútbol. Esas adaptaciones eran totalmente libres. También, a la influencia que tuvo en mí la lectura de las obras de Rabelais, maravilloso autor renacentista francés, al que leí a los 22 años y que me marcó para siempre. Su lectura me quitaba el sueño. Lo leí en una extraña buena traducción del año 44, porque es un autor intraducible, por lo difícil, por los modismos, por los juegos de palabras, el surrealismo. Rabelais dio vuelta el lenguaje.

- Los Cuentos de Polidoro eran adaptaciones de cuentos tradicionales, y sin embargo, la lectura sigue causando sorpresa, un gran interés ¿a qué se debe?

- El arte siempre es autobiográfico, tiene sentido porque expresa el ser oculto, el que no conocemos de nosotros. Pensándolo bien, creo que eso pasa con el desempeño de cualquier oficio: el carpintero, el albañil. Somos felices si expresa de nosotros ese ser oculto.

- ¿Siempre sintió eso en su oficio de escritor?

No…tuve experiencias muy traumáticas al comienzo. Empecé escribiendo guiones para la historietas de Editorial Abril, lo hice durante 5 años. Hice más de doscientos. Eso era trabajar con basura: lenguaje simple, breve y lo más estúpido posible. Me digo ahora: ¿cómo se puede realizar algo que esté bien escrito a pesar de uno? No me gustaba hacerlo, pero lo hacía. Después me pasaron a la revista Siete Días, y entonces acaeció el episodio más traumático de todos: me pidieron una nota sobre el Delta bonaerense, una nota muy extensa. Estuvimos más de una semana para recorrerlo, hasta con helicóptero, donde el fotógrafo se arriesgaba para fotografiar. Allí conocí el interior de los sufrimientos de los pobladores: la desolación, la falta de medios, la pobreza. Yo era muy ingenuo, entonces presenté esa radiografía del sufrimiento humano, que la editorial me rechazó de pleno: tenía que ser una nota para promover turísticamente el Delta. La tuve que rehacer cinco veces, hasta que salió. Quedé espantado. Todos me decían : “¡qué buena nota!” Quedé mal de eso. En otras notas me tergiversaban lo que yo había puesto, o humillaban a los entrevistados, poniendo, en boca de ellos, palabras que nunca habían dicho. Un día, tuve que pedir que respetaran lo que había escrito,, porque quedaba mal con gente que había conocido. Hasta que un día me llamaron de EUDEBA para trabajar en la promoción de la editorial entre los medios: allí estaba feliz ¡no tenía que escribir más!. Ahì me encontré al lado de intelectuales que admiraba. Después del golpe de Onganìa, me llamaron al CEAL, y allí pude escribir esos famosos cuentos.

- Hoy usted sigue escribiendo y publicando cuentos que son sorprendentes, vibrantes, imaginativos. Como “Una amiga que tuve”, o “La gallina de los huevos duros”. Sin embargo, tuvo una época en que dejó de escribir, desde 1966 al 79 ¿Por qué?

- No sé. No se puede explicar todo. Estaba enojado con los intelectuales, con la literatura, y abandoné. Entonces me dediqué a la fotografía. “- ¿Qué, no escribís más?” “-No, soy fotógrafo”. Estaba muy contento con eso, aprendí laboratorio. Estaba horas en el laboratorio. Días enteros en la ocuridad total, metiendo las manos en el ácido, que era peligroso. Expuse varias veces. Hasta que en el 79 me entró otra vez el fierrito de la literatura. Todos me habían olvidado, había perdido las conexiones, la gente era otra, pero pude volver a publicar porque algunos se acordaban de aquellos cuentos de Polidoro. Así, publiqué “A vuelo de pájaro”, inspirado en una foto que había hecho de una mujer gorda que tenía un canario suelto en la casa. Luego “La nena que parecía un perro”, “La gallina de los huevos duros”, que publicó Canela.

CLEMENTE SACA UN ÁLBUM Y ME MUESTRA FOTOS SUYAS DE ESA ÉPOCA EN QUE NO FUE ESCRITOR: EN ELLAS EXISTE LA OTRA MIRADA, UNA MIRADA DE LO QUE OTROS NO VEN, LA SOSPECHA, LO OCULTO. ALGUNOS DICEN QUE DESPUÉS DE HABER VISTO FOTOS DE CLEMENTE, EMPEZARON FOTOGRAFIAR DE OTRA MANERA. RECUERDA Y SE RÍE:

- No hice más fotografía. Ahora salgo de vacaciones y no llevo la cámara ¿me pasó lo mismo que con la escritura antes?

- Usted dijo en una oportunidad que teme escribir literatura disfrazada de autoayuda ¿por qué dijo eso?

- Porque es lo que vende: la muerte no existe, tengo que ser optimista, ¡tú puedes! Y tengo una visión pesimista con respecto al destino del hombre. Por eso es muy difícil escribir para chicos, sobre todo para los más chiquitos, porque como adultos escribimos de las cosas que a nosotros nos preocupan, pero ¿nos preguntamos qué es lo que le puede preocupar a un chiquito de tres años? Es fácil hacerlo a lo tonto: escribo un cuento donde el nene se lava los dientes, para que los padres puedan decirle a su hijo: ¿ves cómo fulano se lava los dientes? Y eso vende mucho: es la llamada literatura infantil, pero no hay arte. Yo no sé qué es la literatura y el arte, pero sí sé que este malentendido se usa mucho para vender. Se habla de que los chicos no son tontos, pero en la práctica…las editoriales están sometidas a la venta en las escuelas: no tiene que haber palabras que el maestro tenga que explicar, porque el maestro también está sometido ¡por los padres! Una sola protesta de un padre les mueve el piso. Basta que uno solo se queje. Y esto repercute en la editoriales. Y el escritor se somete.

- ¿Qué es LIJATE?

- Es una sigla inventada: Literatura Infantil Juvenil Adultos Tercera Edad. Es irónica, pero explica una verdad: hay cuentos que juntan a un chico y a un adulto, leyéndolos, porque los dos disfrutan. A nosotros nos pasa como lectores, Y eso es lo que me gusta escribir: LIJATE. Para el chico y para el padre. Cuando escribo pienso en un lector ideal, y muchas veces soy yo, o ese chico que soy yo. Un buen ejemplo de esto me parece un cuento que mi nieta le pide a su mamá que le lea todas las noches, y que es un cuento de Adela Basch, “Todo en tren”, donde el humo del tren va formando palabras y las va transformando. Cuando lo leí ¡me emocionó! También sucede con poemas de Gabriela Mistral que me resuenan como rondas de niños, como “Canciones de cuna”, “Rondas”, “”La desvariada”, “Jugarretas”, “Cuenta-Mundo”, “Casi escolares”, e “Íbamos a ser reinas”. Esos poemas sí son como para que también los muy niños puedan escucharlos, recitarlos por sus mayores, y los mayores los vamos a recibir, al leerlos, con emoción, porque además de ser tan afectivos están muy bellamente escritos. Al volver a leerlos me resonaron como ayer, y allí encuentro sin duda esa literatura que no es para ninguna edad, porque el ser humano está en ella.

Alejandro Seta

No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.

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