5 de febrero de 2021 | Autor: Alfredo Baccay
En este escrito, Alfredo Baccay (escritor, cantor de tangos, compositor) hace alusión a mi persona con demasiados e inmerecidos halagos, pero la calidad del artículo es tan elocuente, que, a pesar de ello, no pude dejar de publicarlo.
Tus tres textos, querido Alejandro, escritos tan bellamente y profundizados, me hicieron volver a reflexionar sobre algo que tenía ya mascullado y sentenciado. Y pensé en cuál era esa sentencia. Y llegué a la misma conclusión: yo sé para qué escribo, y también no sé para qué escribo. Parece una contradicción. “Es” una contradicción.
Me gustaron las respuestas que fuiste teniendo a lo largo del tiempo, algunas graciosas, como “para quedar bien con un grupo” o “para ser famoso”. Concuerdo con que esta última es lúdicamente acaparadora de los pensamientos juveniles. Yo me veía en una cabaña con vistas al mar, rodeado de palmeras, cocos y tragos, escribiendo para la próxima entrega a la editorial y ya usufructuando los beneficios de antemano. ¿Qué tiene esto que ver con escribir? Nada. Pero era lindo imaginarme famoso y escribiendo. Y más adelante ser perseguido por la imagen del escritor maldito, sucumbiendo ante el hambre, torturado, navegando en alcohol pero escribiendo, escribiendo pese a todas sus vicisitudes. De escribir, nada tampoco.
Pero de los motivos por los que se escribe, el “para volver a sentir esa felicidad”, es una de las respuestas que más me gustaron. Descartemos la angustia, por ahora por favor, de la falta de palabras.
Esa felicidad es cierta, muy cierta. Durante la creación, durante los arreglos, al terminar el trabajo. Pero ¿se termina realmente el trabajo? Quizás, y sólo quizás, un carpintero imaginó a la familia feliz alrededor de su mesa y esa es su finalidad. Y, como vos decís, la palabra se va a otros sitios, ya le pertenecen a un lector, el lector transforma el escrito, lo hace suyo, le da su interpretación, lo moldea a sus sentidos. Ya no es nuestro. Pero la felicidad continúa y termina. Continúa y termina. Y continúa.
Recuerdo la felicidad. Sí, la de los momentos recién detallados y aquella de volar por la calle, por los trabajos, por los colectivos, por todos lados inmerso en un cuento o un poema que estaba escribiendo, desatento casi a la cotidianeidad, ensimismado con los personajes o con las palabras. Felicidad. ¿Y acaso esa no puede ser otra respuesta? Evadirse de la realidad, le dicen algunos, crear un mundo paralelo, otros.
De la misma manera que estoy escribiendo esto con placer, pienso de dónde vienen estas palabras y las que se desgranan en un poema. No creo (perdón, pienso) que haya magia en la construcción de las palabras, que vengan de no se sabe dónde. Todas ellas están en nosotros, en el alma, en la conciencia y la inconciencia, en el estómago, provienen de lo que pasó en el día y de lo que nos pasó en la vida, y ese revoltijo que sucede hasta que se plasman en la hoja, se asemeja a un alivio vital y orgásmico.
Seguramente, Ale, en tu poema “Yo no soy un poeta”, no creías en las palabras. Y seguramente ahora sí creés. O no. O ya creerás. O nunca. Porque la poesía parte de uno y uno va cambiando de pensamientos. Y la poesía la escribimos en el momento que la escribimos. Dijo Bukowski como poeta: “si quieren saber de mí, lean mis poemas”. Por eso no veo “ajenidad” en lo que escribimos. Quizás los personajes de algún cuento o las imágenes que se transforman en palabras en un poema planean un rato y toman vida propia, para decirlo de una manera “poética”, pero son nuestras, bien nuestras. La lejanía tal vez ocurre con el tiempo, al volver a leernos y encontrar que ya somos otros.
Por eso la humorada de García Márquez cuando dice que escribía para que lo quisieran. Debe haber sido lo primero que se le ocurrió, o quizás fue sincero porque se había peleado con su mujer, o le habían cobrado mucho de gas, o ese día se sentía desdichado o estaba constipado o, como dije, fue lo primero que se le ocurrió. Aunque también es una respuesta válida, ¿por qué no? ¿Acaso no hablamos de las vidas de los autores? Es porque los amamos. Y hablamos de los personajes y de las obras porque nos trasladan a sus mundos. Y los amamos también.
Otra respuesta ocurrente, en dos versos de su poema “Composiciones” es la de Nicanor Parra:
Se escribe contra uno mismo
por culpa de los demás.
Escribí un poema hace años acerca de la poesía, del poeta. No recuerdo si nació junto con la música, pues fue un atisbo de canción, o si nació como poema y luego le puse música. De todas maneras recuerdo el principio y ni siquiera el título:
¿Qué puede el poeta hacer
Que tirar un poco más
Sus dudas sobre el papel
Sin saber si va a ganar?
Más que dolores,
En medio de temblores.
Sin saber bien para qué
Pero escribirá.
Y quizás ésta sea otra respuesta a nuestra pregunta: exponer las dudas, tratar de encontrarnos, saber quiénes somos. Preguntar.
Mientras voy terminando de escribir este texto pienso en que lo voy a releer, a arreglar, a volver a arreglar. Para que quede bien. Y bien, finalmente, nunca quedará. Porque arreglamos e intentamos decirlo mejor, buscar la palabra necesaria, justa. Y eso quizás sucede por un rato. Al tiempo, cuando ya es de otros, si los miramos de nuevo cobran nuevas intenciones. Probablemente porque durante ese período nosotros ya no somos los mismos.
Finalmente, querido maestro y amigo Alejandro, tus tres textos me conmovieron y me volvieron a la palabra, como hace un par de años cuando me pediste cuentos para “El Banfilenio”.
Decir que no sé para qué escribo sonaría patanesco, para decirlo poéticamente, teniendo en cuenta las argumentaciones. Pero sinceramente sé que escribo por todas esas razones, todas juntas, de a grupos o solitas cada una según el día, las nubes que haya en el cielo, el humor de la mañana, o por otras más no explicitadas.
Pero este escrito sé por qué lo escribí: por y para Alejandro Seta, único poeta y cuentista que estoy leyendo últimamente. Y para quienes quieran leerlo, porque también escribimos para que al menos una persona nos lea y le sirva, o le guste, o no le guste pero sepa que alguien fue un albañil de palabras. Y si lo lee van a ser dos.
La poesía está viva. La poesía es una forma de vida.
No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.
Acerca de Mí