24 de junio de 2021 | Autor: Alejandro Seta
Agustín Cuzzani (Buenos Aires, 1924-1987) fue un hombre de teatro argentino al que le interesó el fútbol no sé si desde el lugar de la pasión, pero dejó registrada en una de sus obras, que sí a raíz de la venta de un jugador
Corría el año 1950 y ocurrió algo insólito: un equipo de Buenos Aires compró a una estrella uruguaya, Walter Gómez, por $ 750.000.- al mismo tiempo que un obrero ganaba $180.-Es decir, 4.166 veces más. Estas diferencias abismales entre el valor de un jugador de fútbol y un obrero se fueron haciendo cada vez más grandes, valor que hace que el del deportista sea cada vez más alto y, en relación, el del obrero cada vez más bajo. Esta deformidad de los valores se extiende hacia la ironía si se piensa que el calzado que el atleta se pone para jugar es fabricado con el sudor y, muchas veces, con las necesidades del obrero. Y que dicho deporte se fundamenta en que a ese obrero le siga gustando el fútbol que juega.
I – Arístides Garibaldi, Cacho, es el jugador de barrio tal cual como me lo contaban mis tíos en los almuerzos que se producían en mi casa después de la caída de Perón, año 1956 en adelante. Época en que nombrar al ex -presidente en voz alta, era razón suficiente como para ser denunciado y encarcelado. Pues bien, en los almuerzos de mi casa siempre se hablaba de Perón sin nombrarlo, maravilloso ejercicio de la lengua que nos obligaba a buscar sinónimos, como hablar de “el general, el hombre, el macho…”. Siempre se hablaba de ese tema y de los partidos del domingo. También, que en la época previa al peronismo, los jugadores profesionales lo eran de una manera especial: jugaban por la camiseta, devoraban con la vieja suculentos platos de ravioles y sin siquiera hacerse una siestita, iban a jugar a la cancha para deleite de las multitudes. Ellos, mis tíos, podían recitar de memoria los planteles de Boca y River en los sucesivos campeonatos. Escuchar a Fioravanti con la Spica pegada a la oreja a todo volumen, y gritar los goles imaginados, era toda una tradición donde al menos si no se podía gritar ¡Viva Perón! , se podían vociferar los nombres de sus equipos preferidos, con toda la rabia.
Bien., uno de ellos era Arístides Garibaldi, quien para la obra de Cuzzani, “El centroforward murió al amanecer”, fue vendido contra su voluntad a Enésimo Lupus, un multimillonario excéntrico quien lo compra no para hacerlo jugar sino para tenerlo en su posesión, como un artículo más de sus estrafalarias inversiones. Hay quien compra cuadros de artistas famosos, hay quien compra jugadores de fútbol. Lo interesante de la historia de Cuzzani, es que Cacho se rebela.
En una de los fragmentos más altos de la emoción teatral, en un diálogo entre Cacho y uno de los acreedores del club al que pertenece, expresa: “Ustedes no pueden sacarme a remate como si yo fuera una valija de fibra o un ropero usado. ¡Yo soy un ser humano!” . Expresión interesante que viene a refrescarnos algo que a esta altura de los acontecimientos hemos perdido, porque los seres humanos, justamente, solemos acostumbrarnos a lo que en un principio es una locura, luego va adquiriendo ribetes de realidad, para después aceptar que a una persona se la pueda vender como a una valija de fibra o un ropero, y que dicha venta se la considere un asunto normal y corriente. Y lo que nos recuerda y nos refresca es exactamente eso: lo que está en venta es un ser humano. Con recuerdos, padres, hijos, tíos, imágenes, sonidos, emoción, y (cosa curiosa) no hay dos que sean iguales. Por eso, pregunta ¿cuánto vale un ser humano?, y ¿cuáles son los elementos para adjudicarle dicho precio?
II - En una nota aparecida en Clarín el 18 de junio de este año, el jugador Lionel Messi
era, hasta entonces, el más caro del mundo, con un valor de 124.000.000.— de euros. Para la Frontier Economics, consultora del estudio, el pase de Messi vale 34.000.000 más que el de Cristiano Rolando. Para ello, tuvo en cuenta los siguientes ítems:
Goles convertidos, tiros al arco, minutos jugados, citaciones a la Selección, premios recibidos, experiencia internacional, edad, títulos logrados.
De más está decir que, además, se cotizan mucho más los goles de un centroforward …, que los de un defensor. Pregúntese ¿por qué? Pero ese es tema para otro momento.
124.000.000 de euros son aproximadamente 500.000.000 de pesos argentinos. Un obrero puede llegar a ganar 1.500.- Es decir, 300.000 veces más, y cerca de 80 veces más que en 1950.
Ahora ¿qué pasaría si un multimillonario como Enésimo Lupus se dedicara, por ejemplo, a la compra y venta de esposas? ¿cuáles serían los parámetros para su valuación?. O esposos. O hijos. O establecimientos educativos podrían vender directivos. O alumnos; por ejemplo: “Compro diez alumnos con diez de promedio a cambio de estos 100 inservibles”.
La persona sería un precio. Ya no importarán sus recuerdos, el olor de su barrio, los juegos en la vereda, los recuerdos de la voz de su padre, cierto anhelo por abrazar a su novia, el tango que aún suena en sus oídos, el amor, esa cosa en desuso. ¿Acaso los jugadores no son dueños también de esos ingredientes propios de un ser humano?, ¿ellos están de acuerdo en ser una mercancía sin más ni más?
III – Agustín Cuzzani fue un profesional que lo era de una manera muy especial: traspiraba la camiseta del teatro independiente. Y a tal punto lo hizo, y con tanta calidad, que la obra que nos ocupa “El centroforward..:” es conocida mundialmente y fue traducida a diversos idiomas. Ese teatro, como decíamos, que nació de la mano de los circenses hermanos Podestá allá por el 1890, y que llenó las salas barriales de los sábados a la tarde de toda Buenos Aires, cuando los vecinos llevaban su silla para poder tener un lugar en la platea. Era independiente porque no era un teatro de los empresarios, sino de las cooperativas formadas por los mismos trabajadores de la cultura, que dividían sus ganancias según el tiempo puesto en la labor, y de acuerdo a reuniones donde se decidía todo. Con la llegada del primer televisor a la argentina, en 1960, declinó la afluencia de público a la salas; pero durante 70 años, muchísimos actores, directores, electricistas, tramoyistas, utileros, escritores e infinidad de oficios relacionados con el teatro, vivieron de la escena. De contar historias. Y eran muchos. Y muchos grandes que escribieron y actuaron para hacer llorar y reír con las historias que a ese mismo público les contaba: sus propias historias, las de ellos, donde se veían reflejados tal cual eran.
Como en el fútbol, sólo algunos son valuados para el “gran” espectáculo, mientras que un actor que desea actuar debe trabajar de cualquier otra cosa para poder comer, y realizar su pasión con culpa, casi a escondidas.
Y tal vez porque vio, proféticamente, la que se venía, en el medio de la eferevescencia y de la locura que significó 1955, Cuzzani escribió esa obra que aún hoy deja escuchar la frase tan sencillamente verdadera de: “¡Yo soy un ser humano!”.
Pero, perdón, todavía no me contestaron la pregunta: ¿Cuánto vale, eh? ¿Cuánto vale un ser humano? ¿Se lo puso a pensar?
() Esta nota fue la primera que me publicó el Diario Tiempo Argentino. Fue consecuencia de la lectura que estábamos haciendo de la obra de Cuzzani en la escuela secundaria de Brandsen. A consecuencia de ello, los chicos fueron los que me trajeron los datos de los valores de los jugadores en ese momento.*
No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.
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