Se llama Alexia Seta, es hija de japoneses, actriz y más argentina que el mate amargo. Pero mucho más atractiva. Es en lo de actriz donde se unen las historias, porque no sólo que su apellido es igual al de este cronista, sino que hemos descubierto que, a pesar de que mi padre, también teatrero, es italiano, hay una ciudad cerca de Tokio que se llama así, y de donde derivan muchos otros seta japoneses. Cuando la conocí, nos gustó inventar la historia de un actor del teatro Noh que, viajando por los mares, se enamoró de una italiana de Fuscaldo, Cosenza, a orillas de esas arenas y de esas montañas. Y que dejó fundada una tradición de inventores de fantasmas sobre tablas, y de amores a orillas del mar. De laburantes de la escena, que se enamoran del olor de las telas y las maderas, que escriben sus historias así como clavan y pintan, dirigen y musicalizan, casi simultáneamente. (Los teatros de cualquier lugar del mundo tienen el mismo olor; en Japón igual, pergeñamos). A ella la conocí mientras se maquillaba para representar una diablesa de “El herrero y el diablo” de Juan Carlos Gené, que también dirigía, y que él mismo la había elegido por lo de los ojos y su belleza. Fue allí que le saqué la foto. Cuando terminó la función, hablamos de estas cosas y nos reímos de las peripecias del herrero, de las nueces y de la silla. De la miseria que siempre andará por este mundo. (Salvo lo de la ciudad lejana . Todo lo que dije no es cierto o no puede ser demostrado. Pero hubiera sido hermoso que lo fuese.)