La conferencia del caballo | Alejandro Seta
La conferencia del caballo

18 de abril de 2024 | Autor: Alejandro Seta

Me había olvidado que había subido este cuento a las redes sociales. Y hoy apareció ante mí. Es un cuento que me hubiera gustado escribir a mí. ¡Y parece que lo hice!

Desde que soy caballo, mi vida es otra. Y nunca se me hubiera ocurrido ser caballo si no fuera porque un día fui al hipódromo. Y no se crean que soy un jugador irrefrenable, nada de eso. Nunca me importó el dinero, y eso es algo que me separó siempre de la especie humanal.

Usedes, los humanales, son seres que, para completarse, necesitan dividirse: por cómo se llamarán unos a los otros, si azules o violetas, si tortugas o zapallos, si meteoros o piedritas. Si se llamarán o no se llamarán, si se gritarán o se graznarán. Crean equipos, grupos, partidos (en dos, en tres, en cuatro). Tienen dos patas, una para cada lado. Tienen dos ojos, uno mirará al este, el otro al oeste; tienen un país (eso que los caballos no tenemos porque nuestro país es el viento) y lo dividen, le ponen nuevas banderas, se agrupan, se desagrupan; las víctimas se sienten atropelladas; se dividen en razas, las víctimas de los atropellos se transforman en racistas, hacen revoluciones contra los hipopótamos, por ejemplo; luego, ellos mismos serán los hipopótamos.

Está demostrado: sus grandes ideales son sólo teorías para justificar un solo deseo: tener aquello que el otro tiene, como el niño que desea el juguete con ruedas de su amigo sin darse cuenta que él anda en bicicleta.

¿Cómo dice? ¿Qué yo no soy un caballo? ¿Y qué son esos relinchos que mi esposa escucha por las noches, esos sueños de campos interminables sin alambres ni caminos? ¿qué será ese enamoramiento de yeguas ajenas, ese esconder la amante caballuna que ella nunca encontrará entre mis contactos? La he visto a la yegua de mi vida, una y otra vez, venir a detenerse justo enfrente de la ventana de mi dormitorio, llega, hace retumbar sus cascos en el adoquín mojado por el rocio y luego desaparece en una bruma insólita.

Esto sucedió tres veces, tres noches, mis sueños eran entrecortados, la había visto correr en el hipódromo, me jugué el todo por el todo a sus patas, había ganado, es increíble ella, nunca vi una mujer así...quiero decir: una yegua (y pensar que mi mujer humanal nunca valoró mis atributos como amante).

Hasta que un día, mejor dicho, una noche (creo que fue la cuarta) me saqué el pijama, la ropa interior, y salí a la calle. Mi esposa me gritaba que iba a comenzar con el divorcio, pero bien se sabe que no se puede divorciar a una mujer de un caballo.

Pero yo partí con mi gran amor, corremos, corremos desde entonces, estamos por cruzar la frontera, unos hombres nos atacan con fusiles, con armas sofisticadas, pero nosotros corremos, no dejamos de correr. ¿Que yo no soy un caballo? ¿entonces qué es esa atracción irresistible a los hipódromos?

Alejandro Seta

No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.

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