LA COFRADÍA DE LAS DOS RUEDAS | Alejandro Seta
LA COFRADÍA DE LAS DOS RUEDAS

9 de agosto de 2021 | Autor: Alejandro Seta

Ahora sé a dónde van.

Los vi pasar muchas veces. Iban hacia el lado Sur de la ruta, y se perdían en algún punto. Un día empecé a sospechar: cuando iban pasando la rotonda, se perdían. ¿A dónde iban esos seres, flacos, de ropajes ajustados y coloridos, con cascos, montados en bicicletas perfectas? Alguna vez, mientras pasaban, los escuché conversar de temas que nunca pude inteligir. Mi sospecha empezó a cobrar fuerza cuando una tarde en que iba hacia el Norte sobre una autopista vociferante, un ciclista se tomó del borde de mi ventanilla abierta y me preguntó: “¿Me llevás un kilómetro? Perdí a mis compañeros”. De pronto, se soltó y me gritó: “¡Sigo solo!”. Y se perdió. No es que lo vi más adelante, cuando ya pude andar más rápido. Lo busqué, lo juro. Pero no lo vi. Empecé a observarlos con mayor detenimiento: nunca retomaban la ruta, nunca los encontré. ¿A dónde van?. Para saberlo, fui a la bicicletería de Roberto y luego de consultarle el precio de una llanta, como para hablar de algo, le pregunté: - ¿ A dónde van los ciclistas cuando pasan por la ruta?. Observé su turbación, su dureza en contestarme; luego, su tartamudez. Me dio el precio de la llanta y empezó a atender a otro cliente. Decir que tuve una revelación en un sueño parece muy fácil, pero así fue; después de varias horas de insomnio vi la rueda; ellos, que marchan en dos, cuando van en grupo, si bien pertenecen a este mundo, visitan otro girando alrededor de una rueda invisible, sí, pero que es parte de esa realidad que no vemos. De acá parten cuando, como dos engranajes que se ayudan a rotar, tocan el punto en que las dos realidades se unen, para luego ir hacia un lugar donde las cosas son más bellas, donde seres como nosotros los celebran. Donde, se me dijo, no existe la maldad. Desde ese día los miro al pasar con un gesto cómplice. Trato de que pongan su atención en mí; al menos, ya me compré la bicicleta. Busco desde entonces la manera de ingresar a su extraña cofradía. Ahora sé a dónde van.

Alejandro Seta

No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.

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