EL GATO DE LA LUNA | Alejandro Seta
EL GATO DE LA LUNA

11 de junio de 2021 | Autor: Alejandro Seta

Como en el viejo cuento, su única posesión era el gato, el cual no tenía nombre.

Como en el viejo cuento, su única posesión era el gato, el cual no tenía nombre.

Él tampoco.

Lo conocían por el apodo de “Solo”, con el que había sido bautizado a raíz de su última viudez acaecida hacía veinte años. Era difícil vivir allí y era más fácil hacerlo sin mujer, por lo que nunca más volvió a casarse. En aquel pueblito orillero escaseaba el trabajo y abundaban las argucias para ganarse el pan. El gato, como suele ocurrir, respondía al llamado de “Gato”.

Y decían que era poseedor de un don milagroso: cuando la venta estaba casi finiquitada, Solo daba por seguro que Gato podía hablar. Su ardid de venta era así:

—Gato es un gato mágico, señores. Decía “señores”aunque el público fuera uno. Pronto se juntaban dos o tres; al rato superaban la docena.

—Gato es un gato mágico, señores. Su última hazaña consistió en que con su intervención, un hombre de estos predios halló al amor de su vida, una bella dama de veinte años. Con esta última promesa, el interés se acrecentaba.

—El poder está en su cola. Como si lo hubiera escuchado, la cola se empezó a mover dentro de la cesta hasta detenerse señalando el agua. “A ver, -dijo Solo- que alguien tire la línea” . Alguien lo hizo y surgió, colgada del anzuelo, una vibrante corvina de dos kilos. A Gato lo vendió enseguida y pasó de la cesta a las manos de un forastero que pagó quinientos pesos. Al comprador le dijo al oído: “Si tiene paciencia, Gato habla” - con tal convicción que el hombre lo aseveró también.

Solo volvió satisfecho a su casita de madera: una mesa, una cama, un par de zapatos. Pronto llegó la tarde, cuando le gustaba mirar hacia el mar. Y cuando la luna era la única reina, el perfil de Gato se asomó por la cerca. La ventana estaba abierta. Solo se despertó y acarició su largo pelo blanco. Gato se metió en la cama, hecho un bollito al calor de su amo.

—Gracias, Gato. Qué bueno que pudiste volver.

—De nada – le contestó-. El agradecido soy yo. Y dicho esto, volvieron a dormir en paz, como todas las noches.

Alejandro Seta

No soy más que el vagón de un tren que en la década del sesenta se tambaleaba, llegando, sobre ese río a orillas de la ciudad de Necochea. Los primeros acordes de la música de Piazzola me vuelve a llevar a quién soy. Las palabras de mi abuela Sara, un libro encontrado por azar, Cris, la escritura tambaleante, mis hijos, el descubrimiento de Dios.

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